¿Hay alguien ahí?, según José Antonio Vergara Parra

¿Hay alguien ahí?

La política me apasiona y me doblega casi a partes igualas. Pese a evidencias cotidianas y demoledoras que aconsejan un armisticio analítico, sigo pillado de la utopía y por tanto de la esperanza.

Las generalizaciones son odiosas pero imprescindibles para reflexionar en voz alta. En términos generales, el interés por emitir una opinión sustentada en el estudio, la objetividad y la reflexión es casi inexistente. Tal vez la pereza, las circunstancias o los prejuicios tengan mucho que ver en ello. Esta vez no hablaré en primera persona del plural porque lucho cada día por ser justo, lo que me proporciona ningún provecho material aunque sí ético. Nadie es enteramente objetivo; yo tampoco pero peleo por serlo. O eso creo.

La sociedad se mueve con más soltura en el eslogan, en las proposiciones capciosas, en los mantras infinitamente reiterados e infinitamente falsos, en la mendacidad en definitiva. Los arquitectos de la verdad oficial, publicada o verbalizada, lo saben bien y dedican toda su energía y depravación moral en apuntalar ese mundo paralelo de apariencia, mentira y desafuero.

Las motivaciones son dispares. Sectarismo, ceguera y, sobre todo, dinero. Poderoso caballero (¿verdad don Francisco?) que, a lomos de un atezado corcel, torna en estiércol cuanto toca.

Dicen que por política hemos de entender la ciencia que se ocupa de la polis; el arte de lo posible; la disciplina que, junto a la economía, se afana en la asignación eficiente y justa de recursos escasos. Una ciencia, en definitiva, que por desvelo único  habría de tener el bien común; concepto comúnmente invocado y comúnmente preterido. Me apasiona la etimología pues nos desvela el significado virgen de las palabras, liberándolas de aditivos y connotaciones tan espurias como incorrectas. En este sentido, la voz ideología está compuesta por tres elementos léxicos de origen griego. En puridad, habríamos de entender por ideología el estudio del origen de la formación del pensamiento, en cuanto conjunto de ideas. ¡Qué bonito!, ¿verdad?

Sandeces. Las ideologías, salvo honrosísimas excepciones, se han convertido en un paquete de ideas perfectamente moldeables e intercambiables al albur del interés que más convenga en cada momento. Coartadas para lograr el poder y, por ende, la bolsa. A lo largo de los años, los diferentes partidos políticos han desarrollado, con mejor o peor pericia, una doble estrategia. Por un lado, han construido una especie de doctrina mínima con la que conseguir una identidad bien reconocible. Pero hay otra tarea extrínseca no menos crucial; la de lanzar falsedades lesivas a sus oponentes para enervar cualquier esfuerzo pedagógico y positivista de éstos. Y es justo aquí donde entran en acción las etiquetas.

Veamos  un par de ejemplos.

Primer ejemplo: ULTRA o RADICAL. En este caso, esta voz deviene del latín y significaría más allá; es decir, algo que sobrepasa un límite convencional. Carece de connotaciones intrínseca y necesariamente peyorativas pues nada malo hay en un ultramarino o en un calamar ultracongelado. Ultratumba y ultraje sí parecen pocos recomendables. Luego lo troncal será establecer la bondad o maldad del exceso. Por radical (de la voz latina radix=raíz) entiéndase una amalgama de ideas y actitudes tendentes a reformar, desde su raíz, los órdenes político, moral, religioso, etcétera. La radicalidad, si está basada en la razón y en circunstancias de fuerza mayor, no tiene por qué suscitar desdén. La Historia está salpicada de hechos radicales e inevitables que enervaron males mayores. ¿Acaso la locura demoniaca del Tercer Reich no mereció la respuesta radical del mundo civilizado? ¿Alguien puede negar la insoslayable y radical formulación de la Teoría de la Liberación?

No confundamos la radicalidad con el fundamentalismo pues éste sería la interpretación literal de textos sagrados, renunciando a toda exégesis comprensiva a la luz de la razón. Se colige, por tanto, que el fundamentalismo es enteramente rechazable; no así, necesariamente, la radicalidad.

En el foro político, la diestra y la siniestra pugnan por el monopolio de los dardos verbales. Lazaré algunas interrogantes y cada cual que se conteste como plazca.

Si alguien, como es mi caso, se siente razonablemente patriota, ama a su país y se emociona al escuchar su himno mientras ondea la bandera, ¿deberíamos calificarlo de ultra? ¿O quizá asistimos a un sentimiento noble sobre el que, interesadamente, se han derramado connotaciones fraudulentas? Sí. Ya sabemos que almas podridas se escudan tras la rojigualda. Naturalmente. Y tras la estelada, la ikurriña, y sobre la de la hoz y el martillo. Las banderas no están manchadas sino las almas de falsos patriotas.

Como bien saben, y si no les refresco la memoria, el funcionario de prisiones, José Antonio Ortega Lara, fue enterrado vivo en un infecto y húmedo zulo de tres metros de largo, dos de ancho y uno ochenta en su parte más alta, DURANTE QUINIENTOS TREINTA Y DOS DÍAS (con sus respectivas noches) Cuál sería su sufrimiento que llegó a implorar su muerte. Quienes tenemos memoria y también alma recordamos a José Antonio con veintitrés kilos menos y con aquella mirada perdida y atemorizada. César  Strawberry, que quiso ganar en la ciénaga lo que se le negaba en el escenario, execró, entre otras mezquindades, la siguiente: «A Ortega Lara habría que secuestrarle ahora».

¿Les parece ultra o tal vez moderado? Sé lo que piensan. El Tribunal Constitucional enmendó la plana al Tribunal Supremo, reconviniendo que la regurgitación del ideólogo, con nombre artístico de mermelada, estaba amparada por la libertad de expresión. Un Tribunal al que haría desaparecer para convertirlo en una sala especial del Supremo. Unos jurisconsultos más preocupados por las noticias de las tres que por la honorabilidad de quien padeciera semejante sufrimiento. Desear un nuevo secuestro a Ortega Lara sólo está al alcance de villanos y sinvergüenzas y quienes, actuando como leguleyos indolentes, amparan a villanos y sinvergüenzas se convierten en tontos útiles al servicio de aquellos. Confío, ilustrísimas señorías, que mi reflexión quede igualmente refugiada en su muy docta jurisprudencia constitucional.

  1. Capilla de la Universidad Complutense de Madrid. Un grupo de “jóvenas” (entre quienes se encontraba Rita Maestre) irrumpen en la capilla y, augurando sus ubres a los presentes, nos deleitan con este rosario de perífrasis y excelsas etopeyas que, por su sublime estética y complejidad, pasarán a los anales de la literatura clásica: «Vamos a quemar la conferencia episcopal»; «el Papa no nos deja comernos las almejas»; «menos rosarios y más bolas chinas»; «contra el Vaticano poder clitoriano»; «arderéis como en el 36»; «sacad vuestros rosarios de nuestros ovarios».

Salta a la vista que El Siglo de Oro y Generaciones del 27 y del 98 se perdieron a grandes literatas.   

Sevilla. Mayo de 2014. La autoproclamada Archicofradía del Santísimo Coño Insumiso y Santo Entierro de los Derechos Sociales procesionó por la calles hispalenses con una vagina, bajo palio, de dos metros de altura. Las comediantas reivindicaron tan estética y respetuosa catequesis como una perfomance; es decir, un espectáculo vanguardista con tintes reivindicativos. En mi pueblo, siendo yo chico, los más mayores, cuando el silencio era quebrado por alguna sonora ventosidad, hablaban de perfollamiento; expresión, que por su fuerza descriptiva, se adapta mejor a tan preciosista desfile. Voces que, desde un análisis morfológico, comparten una misma raíz griega (per) pero lexemas bien distintos.

¿Consideran radicales tales actitudes o tal vez vislumbran inocentes sátiras con cadencia y estética sublimes, que braman desesperadas contra la opresión heteropatriarcal-eclesiástica-franquista? De Macarena Olona dice la Maestre que está henchida de odio y que no se puede dialogar con ella. Naturalmente. El asalto despechugado y verdulero a la capilla de la Complutense representó un cántico por la retórica, una alegoría por la concordia intercultural y religiosa. Acepten mi sarcasmo pues es táctica aconsejada para no sucumbir a lo escatológico.

¿Les parecen radicales los vetos profilácticos o escraches despóticos perpetrados contra representantes políticos en las catedrales de la palabra; es decir, los paraninfos universitarios? ¿O les parece moderado y proporcional dependiendo de quién sea el vetado o escrachado?

¿Les parece ultra o radical el asesinato de casi un millar de personas, incluyendo mujeres y niños, por obra y gracia de la banda criminal ETA? ¿O creen, por el contrario, que dicha carnicería supuso el sacrificio necesario para lograr el sueño de la gran patria vasca, concebida por el orate y racista Sabino Arana, eliminando a infieles e impuros maketos?

¿Se les antojaron ultras los escraches contra Rosa Díaz, Cristina Cifuentes o Soraya Sáenz de Santamaría o sólo advirtieron jarabes democráticos de prescripción podemita?

La Guerra del Golfo de Bush father, coetáneo de Felipe, mientras Marta Sánchez arengaba en cubierta a nuestros marineritos, ¿les pareció ultra o sólo la de Bush son, coetáneo de Aznar?

Pablo Iglesias, refiriéndose a Mariló Montero (ex esposa del afamado periodista radiofónico Carlos Herrera) escribió: “La azotaría hasta que sangrase”

¿Les parece un deseo radical o, tal vez, la fantasía violenta del macho alfa, prototipo de una sociedad machunga y dominante? Intuyo, barrunto, sospecho, imagino, deduzco que sería esto último y mucho más de haber sido Abascal, y  no Pablo Iglesias, el dicente? ¿Me equivoco?

Segundo ejemplo. XENOFOBIA o RACISMO. Entiéndase por racismo la doctrina que defiende la superioridad de una raza sobre otras. Sólo una mente enferma y únicamente un espíritu ennegrecido puede ver diferencias cualitativas en la pureza de la estirpe o el color del pelo y de la piel. La xenofobia, junto a otras motivaciones no menos abyectas (como la religión o el poder), está tras algunas de las páginas más vergonzantes de la Historia de la Humanidad. El comercio de esclavos y las limpiezas étnicas en África y en el mismísimo corazón de Europa revelan la maldad humana, sin parangón en el reino animal y al que tildan de irracional.

El exterminio semita a manos de la Alemania nazi, por su relativa cercanía histórica y por la riqueza de testimonios escritos, gráficos y audiovisuales, es seguramente el ejemplo más representativo.  Un holocausto diseñado con una frialdad y minuciosidad que harían vomitar hasta el peor de los carroñeros. La estrategia nazi fue simple. En primer lugar, se hacía necesario inventar un culpable al que endosarle los males que aquejaban a la nación. De esta forma, la impericia y negligencia del gobierno o simplemente circunstancias sin responsables definidos, quedaban fuera del escrutinio ciudadano. Al mismo tiempo, y para remover los más bajos instintos de la sociedad alemana, se recurrió a la supuesta excelencia de la raza aria en clara contraposición con la judía, depositaria de todos los males habidos y por haber.

El brebaje estaba servido. Únicamente restaba asesinar a unos seis millones de judíos mientras los de la esvástica entraban en éxtasis.

La Historia no está para buscar argumentos que sólo sirvan de coartadas para ideas previamente concebidas. No. La Historia está para acercarse a ella desnudo de prejuicios y ávido de conocimiento y para recordar lo que jamás debe volver a pasar. Películas como El Pianista o la Lista de Schindler deberían ser de visionado anual y obligatorio en todos los institutos de España. Son muy duras, lo sabemos todos; pero son imprescindibles para que millones de almas inocentes no sucumban al olvido.

Cuando algún dirigente político español, de frente o de perfil grecorromano, alude a la presunta superioridad étnica de unos españoles sobre otros, o criminaliza a una determinada nacionalidad por algunos de nuestros males, o ridiculiza o estigmatiza a españoles por su forma de hablar o lugar de nacimiento, o cuando un año sí y otro también se depositan flores en la tumba de un racista redomado, el vello se me eriza y las arcadas aparecen.

Sean, seamos justos, y apliquemos no ya cordones sanitarios, sino alambradas electrificadas a quienes por sus testimonios y hechos merecen el calificativo de racista. Recuerden que en el perímetro de la piel de toro hay quienes, por sus testimonios y hechos, son racistas y, de no serlo, hablan y se comportan como tales. Ciertamente, han gozado y gozan del blanqueo moral de quienes ayer y hoy les necesitaron para okupar la Moncloa. Y poco importa que los principales voceros mediáticos de ayer y de hoy callaran ante tamaña indignidad.

Insisto. ¿Hay alguien ahí? ¿Alguien que apueste por la vida y no por la muerte? ¿Alguien que restituya a la nación española la dignidad y orgullo machaconamente mancillados? ¿Alguien que se desviva por su pueblo, singularmente por el más necesitado y olvidado? ¿Alguien que destierre la especulación privada de los servicios públicos más esenciales? ¿Alguien que devuelva la probidad a la Ley? ¿Alguien que retire las zarpas políticas de la Justicia? ¿Alguien que tutele y ejerza la aconfesionalidad del Estado pero entienda que la igualdad bien entendida es tratar desigualmente situaciones desiguales y que, por tanto, la religión católica merece un trato privilegiado? ¿Hay alguien ahí que garantice, de facto y de iure, la igualad radical de todos los españoles en derechos y obligaciones? ¿Hay por ahí algún sindicato que luche por los trabajadores y por los que suspiran por trabajar, postergando sus filiaciones ideológicas? ¿Hay alguien por ahí que atienda como es debido al mundo rural, depositario de nuestras mejoras virtudes y por cuya intercesión comemos? ¿Hay alguien ahí que deje de estigmatizar a los cazadores que, pese a dictámenes de mentes estrechas, son los más abigarrados amantes de la naturaleza?  ¿Hay alguien que, de una puñetera vez, respete aunque no comparta al mundo del toreo? ¿Hay alguien por ahí que no gaste, cuando no malgaste, lo que no tiene, comprometiendo nuestra soberanía política e hipotecando a las generaciones venideras?

El grandísimo Jorge Luis Borges dejó dicho que ordenar una biblioteca es una manera silenciosa de ejercer el arte de la crítica. No debe ser azaroso que mi libro de cabecera esté por leer y  ordenar. ¿O quizá no?

 

 

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